Por Psi. Karen S. Flores. Psicóloga en el área clínica y de la salud
El 20 de febrero de 2020, fueron detectados al
norte de Italia los dos primeros casos de covid-19. A finales de ése mismo mes
se desarrollaba una encuesta en cuatro países europeos: Francia, Reino Unido,
Suiza y la misma Italia, evaluando la percepción y la probabilidad que tenían
de contraer el coronavirus. Los resultados descubrieron que todos tenían una
manera “optimista” de ver las cosas, estimando que su riesgo de contagio era
mínimo, a comparación de otras personas. Para el 20 de marzo de ese mismo año,
la cifra de personas infectadas solamente en Italia llegó a 47.021 y el número
de fallecidos fue de 4.032, declarándose un desastre sanitario.
Éste representa un dato importante, porque nos
hace estimar los efectos de tener una actitud “optimista” ante esta pandemia.
El optimismo no es malo, de hecho, es una
manera de afrontar los problemas, aunque en el aspecto de salud el optimismo ha
demostrado tener los mismos efectos que se apuntaba al inicio de este artículo:
nos hace subestimar nuestras posibilidades de contagio, siendo mucho más
descuidados en las normas de bioseguridad.
Hace un par de días tuve el disgusto de ver un
programa de entrevistas donde se decía que “no se le tiene que tener miedo al
virus”. Tenemos una sociedad donde el miedo es visto como algo negativo que se
debe evitar y que tener una actitud “positiva” se sobrevalora.
Pues no, el miedo es necesario y completamente
natural. Como activación fisiológica ante un estímulo que puede causar daño, el
miedo nos PROTEGE de los posibles daños, alertándonos y motivando una conducta
de evasión o escape ante el estímulo que lo activa. Lo posiblemente negativo
sería tener un miedo tan grande que se presente desproporcionado, de manera
constante e incontrolable. En el contexto actual de pandemia, el miedo se
presenta ante una amenaza que es REAL. Una enfermedad impredecible, que puede
contagiarnos ante el contacto de gotas o aerosoles con virus, que puede
provocarnos desde malestares leves hasta graves y afectar a nuestros familiares
hasta llegar a la muerte. La ciencia aún no sabe cuándo, no sabe por qué y
quiénes podrían ser los afectados en distintos niveles y el miedo se presenta
ante esa impredecible y mortal ruleta rusa día a día.
El miedo para proteger la salud debe ser correctamente
utilizado, enfatizando siempre que ése miedo es razonable pero que lo que
tememos puede evitarse adoptando una serie de conductas alcanzables por todos,
pero de ninguna forma el miedo debe ser suprimido pues caeríamos en el error de
negar la realidad, subestimar nuestra protección y exponernos a alto riesgo de
contraer el covid-19.
Utilicemos el miedo, no lo neguemos y dirijamos
el optimismo para alentarnos, pero no para escapar de la realidad. En estos
momentos todo esfuerzo en conducta de salud que tengamos salva vidas: la
nuestra, la de nuestras familias y la de los demás.

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